PROYECTO DECADAS

DIARIO WWF


Los años nunca pasan en balde. Características, facultades y naturaleza quedan al servicio de lo que depara el tiempo, y para bien o para mal, es algo que se debe afrontar. No hablo de una persona, sino de un objeto, pues lo comentado dos lineas más arriba se asemeja demasiado al hecho de que, el que fuese una vez el gimmick match más icónico de la empresa más importante del wrestling en America, haya perdido su esencia, lo cual resulta tan funesto como palpable. A lo largo de 20 años, su valor se ha devaluado notablemente, y pese a que el pico de mayor pronunciación en este declive parezca obvio, no lo son tanto las causas, ni mucho menos, el método por el que es posible reinstaurar el espíritu de la que, hace ya dos décadas, inició su historia como la llamada celda infernal.

Poniendo la primera piedra

El 5 de octubre de 1997, durante el evento PPV Bad Blodd, tuvo lugar la primera Hell in a Cell. Con los ingredientes adecuados, la combinación suele ser provechosa, y aquí no los pudo haber mejores: Shawn Michaels y Undertaker serían los primeros individuos en luchar bajo esta estipulación. Una storyline de varios meses que llegó a rozar lo personal, y tener como justificación para un combate tan novedoso la premisa de que Michaels no podría escapar del Enterrador cuando ambos estuviesen encerrados, sirvió como transfondo. Pese a estar en juego una oportunidad por el WWE Championship, esta no era necesaria para sostener el atractivo del encuentro: el punto álgido que había alcanzado la trama y la innovadora estipulación creaban expectación por si solos. Y es que, en cuanto a posibles puntos de partida, es complicado empezar de mejor modo de como lo hizo esta estructura.


HBK y Taker ofrecieron un combate soberbio. A la genial performance de ambos, hay que añadir el excelente empleo que dieron del entorno, y, asociado al ya histórico debut de Kane, se otorgó un simbolismo a este enfrentamiento difícil de equiparar. De hecho, este encuentro le hizo a Michaels obtener un title shot en Survivor Series de ese mismo año, dando lugar a aquella histórica traición que ya todos conocemos. Este fue además el tercer match en WWE al que Dave Meltzer otorgó 5 estrellas, sentando precedentes que intentarían repetirse en posteriores años, pero rara vez con el éxito obtenido aquí. Y digo rara vez porque sí hubo un enfrentamiento que no solo superó lo logrado aquí, sino que elevaría el prestigio de esta estipulación a cotas imposibles de igualar.

En King of The Ring ‘98, Mankind y Undertaker ofrecieron un match que no necesita presentación. Todo lo plasmado en el primer HIAC se elevó a la enésima potencia. No en calidad técnica, sino en brutalidad. Las dos caídas que Mick Foley experimentó desde más de 4 metros fueron de tal calibre, que le provocaron secuelas que, en sus propias palabras, siguen persistiendo cada vez que se levanta de la cama. Al acabar el evento, Vince McMahon le dijo al pequeño de la señora Foley: “jamás volveremos a hacer algo así”. Pocas veces un combate altera tanto la percepción de toda una empresa por la seguridad de sus estrellas: el ring de placas de madera dio paso a una estructura más amortiguadora, y los spots nunca volverían a tener tal nivel de peligrosidad, reduciendo el riesgo en posteriores secuencias peligrosas, colocando colchonetas en lugares ocultos, etc. Lo que ocurrió aquella noche de junio no se olvidará, pues no solo añadió otra página al grandioso legado de Foley, sino que fue el punto de partida a la leyenda de la celda infernal.


La dimensión que cobraron los acontecimientos de ese día elevó al Hell in a Cell match como la estipulación más inhumana y determinante en la WWE. Desde que Taker cobrase la cuenta de 3, y de forma completamente justificada, se vendió la celda como un escenario diferente a cualquier otro, capaz de terminar carreras, y cambiar vidas. Solo los mayores conflictos de la empresa tenían el honor de finiquitar dentro de tal estructura: cuando una disputa de gran envergadura alcanzaba su climax, la batalla final tendría lugar dentro de tal entorno. Únicamente si el pretexto lo llegaba a indicar, la celda bajaba de modo simbólico cual telón, solo que, en vez de terminar la obra, daba paso al acto final. Algo grande iba a suceder cada vez que esto ocurriera.

El combate entre Cactus Jack y Triple H en No Way Out 2000 puso fin a la carrera de Foley, el match de 47 minutos entre HBK y Triple H de Bad Blodd 2004 acabó con el conflicto entre los antiguos líderes de uno de los mejores stables de todos los tiempos, o el mismo HHH enfrentándose a Batista puso punto y final al famoso “Reign of terror” de The Game. Estas son tan solo algunas trifulcas distinguidas, surgidas a partir de historias con un alto grado de conflicto personal, y con desenlaces satisfactorios acordes al motivo del feud. Obviamente y como en todo, también hay puntos negros, ciertos combates olvidables, y dos o tres ángulos que quizás no dieran la talla para ser ubicados aquí, pero la tónica general siempre fue la de ofrecer al espectador el apogeo de una trama de larga y consistente construcción, finiquitando con una conclusión a la altura de las circunstancias. Este fue el esquema seguido durante 10 largos años, previo a dos cambios en la empresa que alterarian el tratamiento de la estipulación para siempre.


Esto ya no es cosa de mayores

En el año 2007, la WWE inició un cambio de enfoque en su producto, centrando su perspectiva de negocio en la captación del público joven, sesgando la puesta en escena de su programación hacia una vertiente más “infantil”. Esta idea terminaría siendo el punto de partida de la llamada “Era PG”, eternamente despreciada por los nostálgicos de la era Attitude y buena parte de la IWC actual. En julio de 2008 se daría el paso definitivo en esta conversión, formalizando la clasificación de sus shows a un nivel de violencia y lenguaje apto para menores acompañados, dejando atrás aquel encasillamiento como espectáculo para mayores de 14 años que llevaba adoptado la empresa desde hacía varios lustros.

A corto plazo, esto no solo aumentaría los límites a los que la ficción cristalizada en pantalla era capaz de llegar, o los campos en los que se podían situar las tramas, sino que repercutiría en pequeños detalles, originando decenas de peculiaridades a raíz de este cambio de visión. Ha quedado patente que una de las transformaciones más notorias y que afectó en mayor grado a los combates HIAC fue la ausencia de un elemento habitualmente presente en estas condiciones: la sangre.


No es que sea un declarado fan de la casquería, ni que me entusiasme presenciar un cuadrilátero impregnado de sangre al terminar cada lucha con reglas extremas. Lo que es indudable, es que la sangre es un elemento dramático que, empleado con justificación y coherencia, puede aportar una enorme carga de storytelling. Representa el sufrimiento, el castigo que ocasiona la celda, el precio a pagar por exponer la salud física hasta su tope por el mero hecho de lograr una meta.

La sangre representa mejor que nada lo que ocasiona competir dentro de la celda infernal, y es que, hasta 2008, absolutamente ningún match en la estructura concluyó sin alguno de sus participantes vertiendo fluido rojo. Sí, en muchos casos la sangre era meramente decorativa, pero seguía siendo un recurso que enfocaba, de mejor o peor manera, la crueldad que debía ser sinónimo de este peculiar gimmick match.

Basta mirar al pasado para percatarse de ello, y entender cómo algunos de los momentos más icónicos habidos entre estas paredes habrían perdido enorme parte de su significado de no haber aparecido sangre en ellos:

Cactus Jack finalizó su carrera ante Triple H en una HIAC. Foley, tras precipitarse desde el techo de la celda contra el tapiz y quebrar la lona, se negaba a darse por vencido, y gateó hacia la superficie del ring a duras penas mientras pretendía inútilmente incorporarse, ante la sorpresiva mirada de HHH. ¿Habría sido una secuencia con la misma carga emotiva de no haber ocurrido con la cara de Foley impregnada de sangre?


Otro ejemplo. Los McMahons se vieron frente a Degeneration-X dentro del mismo tipo de combate. El encuentro resultó ser una terrible paliza para la familia propietaria de la empresa, pero, ¿esta se hubiese sentido igual de contundente de no haber llegado al extremo de hacer de la cara de Shane & Vince una "máscara carmesí"?

De hecho, podemos tomar un spot concreto de este último combate como ejemplo, y compararlo con otra secuencia calcada ocurrida 3 años después, en plena Era PG. Un bionic elbow de Shawn Michaels contra el cuello de su oponente, el cual se encuentra atrapado por una silla de metal. Fíjense:

Unforgiven (2006)

Hell in a Cell PPV (2009)

¿Qué escena produce mayor sensación de brutalidad?

Es fácil tener los pelos de gallina al ver la sangre brotar de la boca de Shane McMahon, y su expresividad no hace más que transmitirnos el shock que acaba de experimentar. Se trata de una imagen dura de ver, y el ejemplo perfecto del nivel de atrocidad que se busca plasmar con esta estipulación. Shane saldría del match en camilla tras esa escena.

Por el otro lado, la secuencia con Cody Rhodes envuelto resulta mucho menos espectacular, más aún si somos conscientes de que, tras recibir tal codazo, este se puso de pie para ser rematado de nuevo, cuando un spot así debe tratarse como una maniobra capaz de terminar con la participación de cualquier wrestler dentro de un combate. El impacto recibido por Rhodes (cuyo realismo queda, en mi opinión, bastante disminuido gracias su exagerado selling) se hace insignificante si lo comparamos con el match de 2006. Incluso, en el segundo gif, Triple H acude rápidamente a hablar con su compañero tras terminar esta secuencia, sin dar tiempo a que el espectador asimile lo que acaba de ver, y vulgarizando el "brutal" golpe recibido por el ahora actual campeón de ROH.

Comentando acerca del cambio de percepción, resulta ineludible hacer mención especial al match entre Undertaker y Brock Lesnar de 2015 en el PPV Hell in a Cell, donde ninguno de los dos veteranos se cortó a la hora de teñirse la cara de rojo. Fue este factor diferencial el que, unido a la añoranza de tiempos pasados donde tales cortes estaban permitidos, logró plasmar una crueldad que llevábamos años sin presenciar, originando uno de los mejores combates en celda desde la llegada del evento temático, superando de manera notoria las expectativas, y terminando una rivalidad que merecía tener cabida entre tales rejas. No es casualidad que la calidad del encuentro y lo antes comentado se encuentre relacionado.


Pero la Era PG no concierne solo a esto. El cambio de mentalidad en WWE también eliminó algunas de las armas que, al igual que la sangre, fortificaban el apodo de “patio de recreo del diablo” con el que se solía sobrenombrar a estos combates. El bate de alambre de espino, el destornillador, las chinchetas y demás, quedaron al margen frente a armas que, pese a que son capaces de dar juego si son bien empleadas, no dejan de ser las mismas habitualmente utilizadas en cualquier otro combate sin descalificación. También repercutió al empleo del entorno, pues el uso de las paredes se redujo en buena parte. Incluso se llegó a percibir que la reforma aplicada a la estructura (extender su altura de 5 a 6 metros, ampliando también su anchura) restaba un interesante "factor claustrofóbico", al aumentar en exceso la altura desde el techo al cuadrilatero.


Hace escasos meses, Edge habló en su podcast acerca de su combate en Summerslam 2008 frente a Undertaker, dentro de la misma celda. El 11 veces campeón mundial confesó que, una vez le dijeron entonces que no podría emplear sangre durante el combate, la mayoría de las ideas que tenía intención del cristalizar durante el match, no podían llevarse a cabo. Vince le confesó que tal prohibición tenía como objetivo sentar las bases de lo que serían las Hell in a Cell en la era moderna. Lejos de achantarse por ello, ambos wrestlers no solo lograron el seguramente mejor HIAC de la época PG, sino que ofrecieron uno de los mejores combates en celda de todos los tiempos.

En la práctica parece fácil, pero la realidad es que Edge y Taker son dos superclases, capaces de dar enfrentamientos notables en circunstancias muy diversas, teniendo además como base una rivalidad de 15 meses que justificaba el encuentro, siendo capaces de compensar la ausencia de elementos “TV-14” con un empleo de objetos variado y dinámico. Contó con unos condicionantes poco comunes en la actualidad, y de ahí vienen en gran parte sus buenas críticas. No hubo cortes, no hubo alambre de espino, no hubo chinchetas, pero se ofreció odio, rencor y ferocidad. Sin una pizca de sangre. Este fue el primer HIAC de la era PG.


Otro ejemplo de este tipo sería el llamado combate “End of an Era”, entre Triple H y Undertaker. Sin embargo, la grandeza y buena calidad con la que se premia este enfrentamiento es justificada por un storytelling que, siendo honestos, podría tener cabida en otro tipo de combate que no fuese necesariamente dentro de tal estructura. El hecho de celebrarse dentro de la celda aboga por la alusión a grandes contextos pasados, y la ejemplificación de la gloria de dos de los mayores iconos de la historia de esta estipulación. El uso de las paredes fue muy limitado, con ausencia de sangre (preparada) una vez más, pero la idea ofrecida de que podríamos estar ante el resurgir de este modelo de combate, unida a la importancia que supone medirse en Wrestlemania, justifican de cierto modo la presencia de la estipulación. Aunque en este caso se deba acreditar buena parte de la "magia" del match al escenario, esto es algo que, actualmente, es muy difícil que ocurra.


Las consecuencias de la maldita rutina

En el año 2009, la WWE reformó su oferta de PPV, dando paso a los famosos eventos temáticos, los cuales estaban encabezados, en muchos casos, por algún tipo de gimmick match que les otorgaba atractivo previo a la formación de sus respectivas carteleras, y que ayudaba a venderlos y promocionarlos antes de comenzar su construcción en televisión. El PPV Hell in a Cell arrancó hace 8 años, y me es fácil recordar lo ilusionado que estaba yo en aquel entonces por un evento así. Es decir, 3 combates en celda dentro del mismo evento, ¿qué podría salir mal? Sin embargo, es sencillo conocer el camino que ha seguido esta estipulación con el paso del tiempo a partir de aquí, pues el esquema de combates HIAC que se expuso en este primer show es una retaila de argumentos de lo que NO era habitual hacer (al menos, hasta 2009):

CM Punk vs. Undertaker por el World Heavyweight Championship: Apenas 10 minutos de combate. Prácticamente no se explotaron las posibilidades que otorga la celda, se usó tan solo una silla como arma, y el final no solo dejó con ganas de más, sino que se sintió poco conclusivo. Faltó muchísima agresividad, y, sobre todo, desarrollo previo que acreditara un encuentro así. Más vergonzoso aún resulta saber que fue el opener.

John Cena vs. Randy Orton por el WWE Champioship
: Rivalidad intensa y de larga duración que perfectamente podría tener cabida bajo este techo rejado. El match fue bueno, pero el hecho de ir a mitad del show, y que a la postre, desembocara en una nueva revancha titular entre ambos, hizo perder relevancia al combate. No se sintió como el final de su feud, y eso es un pecado mortal aquí, pues se perdió el factor concluyente.

Legacy vs. DX: Buen combate, pero lejos de lo que requiere un HIAC. Se vio muy perjudicado por ir al final del show, habiendo sido precedido por dos combates bajo las mismas reglas, perdiendo buena parte del aura de big match tan característico aquí.

Pese a todo esto, la calidad global del PPV no fue mala, además de contar con buenas ventas. Pero es el mero hecho de tener matches así previamente pactados en el calendario lo que condiciona irremediablemente el desarrollo de una rivalidad, y es que, es mucho más complicado organizar ciertas tramas para que puedan concluir de modo satisfactorio dentro de un combate así, si el punto en el que debe desembocar la storyline no atiende a la naturalidad que pueda adquirir el feud. Seguir ofreciendo el mismo nivel de intensidad narrativa pese a esta condición requiere poner al servicio del calendario el desarrollo de la trama, sus puntos relevantes y, por supuesto, el desenlace, cuando debería ser lo completamente opuesto. Wrestlemania es el único evento en el que se aplican estas directrices, pero obviamente, la razón ahí es lógica al tratarse del mayor evento del año, y el que más atractivo debe tener en su cartelera.


A raíz de esto, con el paso de los años, hemos visto cómo la trascendencia del combate ha ido decayendo de modo irremediable, pasando por rivalidades agrias que no hacen verdadera justicia al contexto (Randy Orton - Mark Henry), combates con historia y significado, pero de ejecución mediocre (Kane - Undertaker), o auténticas bromas de mal gusto no dignas de tener cabida aquí (CM Punk - Ryback). La lista es larga y con múltiples ejemplos. Sí, también hemos disfrutado de ángulos trascendentes finiquitar aquí, dejando encuentros dignos de mención, como la conclusión (provisional) de la historia entre Dean Ambrose y Seth Rollins, o la anteriormente comentada entre Lesnar y Taker.

Lamentablemente, estas últimas son tan solo excepciones que no atienden a las pautas vigentes. Puede incluso percibirse sobreexplotación del concepto, el cual ha perdido capacidad de sorpresa, pues resulta obvio que tener dos, o incluso tres combates en jaula en el mismo evento, no ayuda a que el concepto sea más especial, sino todo lo contrario. Se normaliza, se vuelve monótono en ciertas ocasiones, pierde la esencia, la innovación es mínima, y su frescura queda relegada. Los combates en celda ocurren en octubre “porque lo dice un PPV”, y ya está.


Xavier Woods anunció en Smackdown el pasado martes que el combate entre New Day frente a los Usos de la edición de este año de HIAC, sería dentro de la propia celda infernal. ¿Por qué el público reaccionó de manera más bien tímida a esa noticia en comparación al énfasis que puso Woods a la hora de anunciarlo? Porque la celda infernal ya no sorprende. No solo era un anuncio predecible dada la cercanía del evento, sino que apenas se sintió lo suficientemente importante, tanto por haberse anunciado semanas atrás un combate con las mismas reglas para dicho evento, como por tratarse de un combate que, en este caso, no cuenta con protagonistas que suelan ocupar posiciones relevantes en la programación. De nada sirve que los precedentes entre ambos equipos hayan sido excelentes: si no se aprecia su trascendencia, no se va a sentir un encuentro a la altura.

Un camino sin vuelta atrás

Rescatar el concepto original de lo que un día fue uno de los gimmick matches más populares y carismáticos de la empresa de los McMahon se antoja una tarea ardua. WWE no presenta intención alguna en desviar su enfoque del público infantil-juvenil, luego la brutalidad con la que un día contó la HIAC tiene prácticamente imposible regresar. Las ventas del PPV de nombre homónimo son correctas, el evento tiene cierto caché, y se presume complicado que decidan echarlo atrás después de 8 ediciones con buenos números. Esto implica que la naturalidad con la que ciertos ángulos puedan tornar a decidirse en tal combate dependa únicamente de un bookeo adecuado, forjando rivalidades estables a largo plazo, y situando su climax en este PPV con mucha antelación, lo cual supone un esfuerzo extra para el equipo creativo, con un mayor ahínco la hora de coordinar ciertas tramas teniendo como eje este evento. Se trataría de condicionar demasiado los meses previos, y en ciertas ocasiones, reducir a propósito la calidad de anteriores PPV con tal de engrandecer forzadamente este evento. A tal punto llegó a estar el nivel de dejadez en este aspecto, que la dimensión del build-up creada en estos casos tiende a tener una consistencia cuestionable, llegando a rozar el ridículo en ciertas ocasiones.


Está más que comprobado que se sigue siendo capaz de dar luchas a la altura pese a todo lo comentado anteriormente, que aún se pueden realizar spots visualmente espectaculares (y con menos riesgos), y que mirar al pasado tan solo sirve para recordar tiempos que no regresarán, y que nos aíslan del presente que vive la estipulación. El ansia de retorno a otra época es lo que nos condiciona a afirmar que los HIAC ya no son lo mismo de antes, pero de nada sirve hacerlo si con ello dejamos a un lado el periodo actual, donde aún se nos ofrecen enfrentamientos de calidad, pese a que estos queden empequeñecidos por lo visto 15 años atrás. Esta no es la época donde un match así es capaz de brillar con su máximo esplendor, pero tampoco trivializa todo lo que se pueda crear a partir de él. No es cuestión de mantener el recuerdo de una celda moribunda, sino tener en cuenta lo que se puede obtener de ella en la actual década.

Aún con esto, parece que la WWE pretende ser pretenciosa con lo que puede ofrecer la celda infernal llegado 2017. Tras dos décadas, ¿es posible que el concepto se haya agotado? Quizás fuese por dejadez o por falta de innovación, pero el paso de los años ha influido muy negativamente. Siendo un regreso a la idea de épocas pasadas francamente improbable, resulta mucho más viable una vuelta de tuerca al concepto que lo adapte a los tiempos que corren, donde los niveles de gore e impacto de años anteriores han quedado atrás, tanto por el cambio de objetivo en el público, como por el mayor cuidado de la salud de los wrestlers envueltos. Es cuestión de renovarse o morir, y lamentablemente, en este caso se encuentra mucho más cerca de lo segundo. Los que abogan por su regreso pueden ser obsesos de la nostalgia, pero me parece más adecuado describirlos como personas que echan de menos sentir aquella transmisión de irracionalidad que se les otorgó en su momento gracias a los enfrentamientos que tenían cabida aquí, los cuales no olvidan.


Pero esos tiempos ya no regresarán.

Llegados a este punto, conviene mirar hacia otro lado cuando se antoja tan imposible que volvamos a sentirnos sorprendidos por lo que pase entre estas cuatro paredes.


Víctor Turco
victuran@hotmail.com

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